Perla nº1: Juventus – Nápoles (1/4 final Copa de la Uefa 1988/1989)
Queridos amigos (me dirijo, sobre todo, a los futboleros):
Viendo la penosa liga que tenemos alrededor, duopolio en estado puro, he decidido que no podemos dejar de disfrutar del bello deporte que nos apasiona. Es cierto que según avancen las competiciones, nos volveremos a enganchar, pero mientras tanto, he decidido hacer 100 post con perlas históricas de nuestra vida futbolera. Partidos inolvidables de fútbol que harán que nos retrotraigamos… y eso siempre es algo que a uno le permite arroparse con la nostalgia, la melancolía y los recuerdos. Obviamente, se admiten sugerencias. Sé que les encantará.
Ida: Juventus 2 (Bruno y Corradini (p.meta)) Nápoles 0
Vuelta: Nápoles 3 (Maradona (p), Carnevale y Renica) Juventus 0
Esta maravillosa eliminatoria permite recordar a ese inolvidable Nápoles de Maradona que jugaba verdaderamente en un infierno. San Paolo era una olla a presión varias horas antes de empezar a jugar. Las celebraciones entre los aficionados son de las más brutales que recuerdo en el mundo del fútbol. Realmente, fue una eliminatoria intensísima. Hay que recalcar que Renica marcó en el último minuto de la prórroga.
Eran dos equipazos que jugaban la Uefa, porque el Milán era el campeón de Liga y la Sampdoria de la Copa, con lo que jugaba la Recopa. Además quedaba por ahí suelto el Inter. Eso sí era una liga. Vaya equipazos.
Fiestas deslucidas
Bueno, el verano sigue su curso y en breve llegan las fiestas de Sanse. ¿Quién me iba a decir a mí que lo que otrora fue epicentro de un verano salvaje y desenfrenado ha menguado hasta el punto de que no sé si me acercaré con Mentxu más veces que a comernos un bocata?
Si además tenemos en cuenta que basura de la ralea del Míkel y Ortigoza (no tengo calificativos suficientemente duros para explicar la envidia que les tengo) están en Zanzíbar, que Fermín está desaparecido entre exámenes y quehaceres familiares, que Rodríguez está en otros lados y que Del Rosal también es pasado madrileño pues la cosa se reduce. Por otro lado, ya no vivo en Sanse, por lo que no se puede uno (no debe) mamar hasta altas horas de la madrugada y pretender coger el coche.
Hombre, imagino que parte de la olivina se pasará por allí para tomarse algo, así que en parte se compensa todo esto.
Pero si uno analiza de puertas hacia dentro, puede que los años pasen y que ya no nos mole tanto quedarnos hasta las mil y que por tanto, las excusas lo enmascaran todo. En fin. Algo haremos, eso por supuesto.
Estocolmo, capital de Escandinavia
Ha sido una semana fantástica. Estocolmo es una ciudad maravillosa. Ese es el resumen.
8 días (7 noches) dan para mucho. No tocas a día por isla (primer punto que hace diferente a esta ciudad): 14 ínsulas forman este archipiélago estocolmense con encantos diversos y sensaciones concentradas.
Para un español allí hay varias cosas que chocan nada más llegar: la ciudad es muy cara (toquemos una medida común como la cerveza: una pinta de rubia ronda las 70 coronas, esto es, casi 8€; o el alojamiento: estuvimos en el albergue más asequible de la zona (de hecho en el barrio de Södermalm, el «barato» más cercano al centro, y nos costó 30€ por barba una habitación con dos literas (sí, Mentxu y un servidor dormimos como si fuéramos mochileros del camino de Santiago))).
Otra cosa que choca y cito a Mentxu es que: «son mucho más guapos y guapas que los españoles». Doy fe. La pléyade de ninfas, de náyades o de valquirias era inacabable. Mujeres altas, rubias, guapas, ojos azules. Y por ende, caballeros (en ellos me fijé menos) de índole semejante. Volviendo a parafrasear a Mentxu —que a su vez parecía estar citando a Goebbels—: «es una raza superior». En fin, más allá de las exageraciones bien entendidas, el pueblo sueco llama la atención también por esto.
El centro de Estocolmo —el barrio viejo— es lo que se conoce como Gamla Stan. Es relativamente pequeño, pero tiene un punto acogedor muy especial. Västerlånggatan y Österlånggatan son las calles principales. Cruzan prácticamente toda la islita hasta tocar con Centrum o City (otra isla). En Gamla Stan sobre todo es reconocido su palacio real (a mí no me apasionó), la catedral anexa, la estatua de San Jorge con el dragón y la preciosa placita central con casitas de colores llamada Stortorget, donde además se puede visitar el Museo Nobel. Como se puede imaginar todo el mundo, por allí pasamos un montón de veces. Incluso cuando nos movíamos en metro (también carísimo; al contratar la Stockholm Card que permite durante unos días ver todos los museos y lugares de interés incluye el transporte, lo que se agradece para moverse sin problemas) veíamos el comienzo del barrio y es que esa parte transcurría por la superficie.
Muy cerquita, una visita impresindible es el ayuntamiento. El Stadshuset es el lugar donde se celebra anualmente la cena de gala (salón azul) de los premiados en los Nobel. Es un edificio impresionante con unas vistas estupendas de la ciudad.
A Mentxu le encantó Östermalm, la isla al noreste de Gamla Stan. Zona compuesta mayoritariamente por gente de clase alta, es la parte más «exclusiva» (lamentable palabra en este contexto) de Estocolmo. Llegué a ver que vendían un Ferrari por 2,5 millones de coronas suecas (echen cuentas). Tiene zonas de largos paseos entre árboles y ciertamente las casas son llamativas, un punto de Viena (pequeño, eso sí) sí que tiene. Y un descubrimiento: el mercado de Saluhallen. A mí se me caía la baba cuando veía esos salmones, esos mariscos, esos pescados… no se lo pierdan.
Personalmente, además del ya citado barrio viejo, Djurgården es la parte que más me gusta. Isla al este completamente de Gamla Stan, destaca por su enorme superficie verde. Casi 300 hectáreas en las que hay un gigantesco museo al aire libre con un zoo ingente y muchas colecciones de casas y cultura sueca en general. Imprescindible. Skansen, que así se llama esa parte, es tan enorme que ni en un par de días se apreciarían todos los detalles de que está compuesto. Y ojito al brutal Museo-Aquarium que tiene dentro: disfruté como un enano entre serpientes, tarántulas, anguilas, tiburones, cocodrilos, osos… de todo. Vimos a un reno que se parecía al Mati, a unos zorros rojos, lobos grises… de todo.
Además del brutal Skansen, probablemente, lo más curioso de la Suecia de los últimos años es esa exposición que tienen sobre el Vasa. Fue un navío de guerra sueco construido por órdenes del rey Gustavo II Adolfo de Suecia, de la casa de Vasa entre 1626 y 1628. El Vasa naufragó en su viaje inaugural en 1628 en el puerto de Estocolmo. El barco fue rescatado el 24 de abril de 1961 y se encuentra expuesto en el espectacular Vasamuseet. El buque estaba armado de 64 cañones colocados en tres puentes: el superior, batería alta y batería baja. El Vasa desplazaba más de 1.300 toneladas. La superficie velera era de 1.150 m². Todas las piezas eran de bronce y un peso total de unas 80 toneladas. Se calcula la dotación del Vasa en ciento treinta marineros y trescientos soldados.
El Míkel ya me había hablado de él, pero hay que verlo para creerlo. Completamente restaurado, es un lugar para pasar una buena mañana. Cientos de detalles conforman un barco que es imposible que no llame la atención del visitante. Tremendo.
Otro punto interesante de esta isla podría ser el Nordiska Museet, museo dedicado a la historia del pueblo sueco y su cultura desde finales de la Edad media hasta el tiempo contemporáneo. Las exposiciones presentan distintos aspectos de la vida en Suecia según los tiempos, y en los distintos estratos sociales. No muy lejos de allí, el Waldermasudde o palacio del príncipe Eugenio. En fín, para mí, lo mejor el paseo hasta allí y las vistas del mar y de la isla de enfrente. Porque esa es otra: en Estocolmo siempre estás viendo mar y otras islas.
El hostalillo (no estaba mal, las cosas como son) se llamaba Zinkesdamm y cumplía perfectamente con la higiene básica, pero está claro que no es el Palace. Estaba, como decía antes, en Södermalm. En el barrio hay montones de tiendas singulares, interesantes o modernas que ofrecen moda, diseño, decoración, clásicos y curiosidades. Por lo general, la oferta de Söder es más a la moda, joven y más bohemia que en la City. La calle Gotgatan es una maravilla para pasear y disfrutar de un ambiente agradable de personas heterogéneas.
Otro punto a visitar: El palacio de Drottningholm. Uno de los palacios reales de Suecia, residencia de la familia real. Forma parte del Patrimonio de la Humanidad de acuerdo a la Unesco. Está en la isla de Lovon, algo alejado del centro y se puede ir en transporte público combinando metro y bus o en un barco. No es, por tanto, tan accesible como otros lugares, pero es de obligada visita. Tiene un aire exagerado al palacio de Versailles. Ese mismo tipo de construcción, esos ingentes jardines a sus espaldas y un aura principesco que lo rodea.
Y un detalle adorable: uno de los teatros del siglo XVIII mejor conservados de Europa. Una atracción única con sus decorados originales, maquinaria teatral de 200 años de edad y decoración interior prácticamente intacta por el paso del tiempo.
Si además, uno va varios días, como fue nuestro caso, debería intentar acercarse a Uppsala. A menos de 100 kilómetros de Estocolmo, se puede visitar la ciudad con la universidad más antigua de Suecia, con unas impresionantes piedras rúnicas —muy apreciadas por la zona—, una enorme catedral, un castillo particular (de color rosa) y un jardín botánico perfecto para perderse unas horas entre vegetaciones y sombras. Porque sí, Estocolmo es un lugar que en verano da días de verdadero calor. Bastante calor.
Y también lugares para comer, claro está: ojo al dato: un brunchbuffé en un lugar llamado String, para los fines de semana, por 8€ (baratísimo) en que te pones como un cerdo de buena comida (y como no es lo más turístico, casi todo el que va es sueco). Además, un vegetariano que Mentxu quería probar a toca costa: Herman´s, también barato (100 coronas por un buffé) en que disfrutas de unas vistas espectaculares y donde como te encante el hummus puedes acabar incendiándote la ropa interior (más brutal que la fabada). Y la noche que se nos fue la pinza fuimos a Kryp In. Situado en una calle paralela a la plaza principal, cenamos por el módico precio de 100€ (de locos) un entrante para ambos, un plato para cada uno (atún para ella y roast beef para él) y un postre también compartido. Buenísimo, como no podía ser de otra manera, pero el precio es exagerado.
Aprovechamos la última mañana por Estocolmo para pasear durante varias horas seguidas y hacer una especie de resumen mental del lugar que dejábamos atrás. La curiosidad fue incluso que nos cruzamos con Zlatan Ibrahimovic. Vamos, hasta el punto de que nos miró. El tío entraba en su hotel. Qué cosas.
Poco más. De verdad, les recomiendo Estocolmo. Hay un punto de desconocimiento acerca de esta ciudad y debiera ser subsanado. Si disponen de un fin de semana largo, no lo duden. No se arrepentirán.
Una semana por Suecia
Bueno, pues vacaciones. De las de verdad. No de esas en que te vas, pero te llevas trabajo y/o inquietudes a cuestas. Eso se queda en casa.
Hace unas semanas hicimos una primera escapada por tierras bordelesas. La Francia de las viñas por antonomasia. Con Saint Emilion, precioso pueblecito paradigma de la dedicación a la creación de buen vino, la Tour de Montaigne y Bordeaux disfrutamos de unos días de asueto.
Tras unas semanas de arduo trabajo, es el momento de irse de verdad. Uno de esos viajes en que uno lo da todo (Ortigoza dixit). Decidimos visitar una zona escandinava de la que tantas veces nos han hablado maravillas: Estocolmo. Una semana. dará tiempo, claro está, a visitar toda la ciudad y escaparnos a Uppsala y algún que otro lugar también cercano.
Estocolmo fue fundada en la pequeña isla de Stadsholmen, lugar hoy conocido como Gamla Stan (ciudad vieja), situada exactamente entre el lago Mälaren y el mar Báltico. Limita al norte con Norrmalm y Östermalm, y al sur con Södermalm. En total, se sitúa sobre 14 islas, siendo el agua un elemento omnipresente. La ciudad cuenta con 57 puentes que permiten circular entre los diferentes barrios. Por eso es llamada también la Venecia del Norte. Uno de estos puentes une la ciudad con Lidingö, en el estrecho de Lilla Värtan (Puente de Lidingö).
Se pueden imaginar: visitar una ciudad maravillosa, conocer las costumbres del lugar, desconectar (importantísimo) del día a día, alejarnos un poco del calor madrileño y en definitiva disfrutar.
A la vuelta ya les contaremos.
La gentuza opina