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Archive for septiembre 2010

La Ser y su particular hoyo

Ayer sabíamos que la Cope ya ha recuperado todo el dinero que invirtió en el fichaje de Paco González, Pepe Domingo y los más de 50 profesionales que forman (junto a muchos que ya estaban) el nuevo Tiempo de Juego.

Por tanto, el éxito es colosal. En un mes todo amortizado y con la posibilidad de que se levante el ERE que data del mes de Enero en pocas fechas.

Nada nuevo bajo el sol. La fórmula que han exportado es la ganadora. Uno se lo pasa bien escuchándoles. Te ríes, te informas y disfrutas.

Evidentemente en la Ser no esperaban esto y debe de picar bastante. Que las torpezas del tal Anido, la indisimulable indeferencia del despreciable De la Morena (aquí su enfrentamiento con Alcalá del que tantas veces os he hablado), unido a la pésima elección de los sustitutos de Pepe & Paco ha terminado por agrandar el proyecto de la Cope es indudable.

Lo último han sido las críticas de Javier Hoyos (probablemente el peor presentador de la historia de Carrusel Deportivo) hacia los que se han ido. «Yo no quiero hacer un Carrusel soez, barato y cutre, quiero humor inteligente», «nosotros no utilizamos un machismo desaforado y absurdo», etc. ¿A Hoyos no le han dicho que aburre tanto que es inevitable cambiar?

Uno no sabe qué pensar. A la Ser se le han ido muchos anunciantes a la Cope, es evidente. Y es lo más importante para la empresa, claro está. Por ese lado la Ser ya ha perdido y bien que le duele. De ahí las últimas declaraciones de Cebrián. Y encima falta la salida de Lama. Lo interesante será comprobar qué pasará cuando salga el EGM. Lo lógico es que todavía esté la Ser por encima. Aunque viendo estas salidas de tono y estos miedos… que a nadie le extrañe que en breve haya suicidios colectivos por Gran Vía 32.

Pub nº44: Finbar’s Irish Pub

by Atticus Finch

Hay pocas cosas en este mundo que puedan hacer de nexo entre la comunidad protestante y la católica en Irlanda. Para empezar, como es obvio, tienen distintas formas de interpretar el cristianismo y sus respectivas iglesias tienen líderes diferentes. Por otro lado, a lo largo de los ochocientos años de «convivencia» en la verde isla esmeralda, las trayectorias de ambas colectividades se han desarrollado paralelamente, sin llegar siquiera a cruzarse lo más mínimo —salvo en las últimas décadas—, por lo que tienen costumbres diferentes, festejan diferentes cosas y hasta beben whiskeys cuyas marcas ya indican, de por sí, el pie del que cojeaba su fundador y, por tanto, del que lo hacen sus actuales dueños.

Sin embargo, hay alguna cosa que sí que une a las dos irlandas, hasta ahora casi antagónicas. Uno de los motivos que tienen ambas comunidades para sentirse una sola, amén del equipo de rugby y la stout, es, paradójicamente, un santo, San Finbar, que es reconocido como tal por las cúpulas jerárquicas de ambas comunidades religiosas. Dicho santo, cuyo nombre es característicamente irlandés y podría significar aquel cuyos cabellos son rubios (o blancos), por la larga y blonda melena que el beato, al parecer, debía lucir, nació hace la friolera de 1500 años en Bandon y fundó un monasterio, de nombre Corcach Mór (marisma), que según los historiadores, fue la raíz de la actual ciudad de Cork, en el sur de la isla.

Y este santo, que tan particularmente concierne a Irlanda y sus habitantes, es el que, además, da nombre a uno de los pubs más conocidos de Madrid. Se trata de un bar sin página web, que no gasta un duro en publicidad y que, sin embargo, es archiconocido tanto entre la comunidad irlandesa —y angloparlante, por extensión— de la capital como entre la nuestra, la de los que, más o menos, somos oriundos de la Villa y Corte. ¿Las razones? A continuación, este que suscribe intentará dar algunas. Nada más se dobla la esquina y te das de bruces con la fachada del pub, una sonrisa de felicidad se escapa al comprobar que no hay único detalle que haya sido dejado a la improvisación: cartel pintado con cuidado, prolijamente, focos que proyectan su luz sobre el nombre del bar, escrito con la tipo de letra caracterísitca de irlanda, y una vitrina en la que un laúd, un bodhrán y una enorme arpa compiten por destacar en un fondo conformado por una enorme bandera tricolor de la República de Irlanda.

Una vez en el interior, la distribución del bar puede llamar a engaño. No es ancho, pero es muy largo, por lo que si la gente se arremolina en los primero metros de barra puede dar la sensación de estar lleno, cuando en realidad el fondo se encuentra desierto. Es algo que hay que saber, ya que es en la parte más alejada de la puerta de entrada donde están ubicadas las mesas en las que uno puede asentar sus posaderas, encontrándose, por tanto, lo más cómodo posible para disfrutar de eso que surge de manera natural en todo buen pub: la agradable y divertida conversación. Algo que, por supuesto no faltó en la visita de los miembros del club. Los temas de discusión, como siempre, fueron variados e interesantes, destacando sobremanera el consultorio que parece organizamos en un momento puntual de la noche, dadas las dudas planteadas por más de un miembro del grupo sobre las maneras -mejores, peores o desastrosas- que existen y son más adecuadas para entablar conversación y lo que surja —tal vez debiera dejar de ver tanto 8madrid— con según qué féminas.

Pero volviendo al Finbar’s y dejando de desatender la labor descriptiva, mencionar que a lo largo de todo el pub la decoración es profusa y muy variada. Podemos observar, en diferentes vitrinas, desde discos originales de The Dubliners, cuyas ediciones pueden datar de hace más de 30 años, hasta carteles, posters, bufandas y demás parafernalia del Celtic de Glasgow, club escocés muy querido por los irlandeses pues, no en vano, fue fundado por emigrantes de la isla esmeralda a finales del siglo XIX. También podemos encontrar objetos que parecen sacados de alguna maravillosa máquina del tiempo y que se distribuyen tanto por la barra como por las paredes, columnas y techo del local.

Una vez descritas la forma y decoración del bar, llega el momento de las loas, muy merecidas y por las cuales este pub se ha convertido, a pesar de no estar situado en el centro de la ciudad, en uno de los más visitados de todo Madrid. Éstas, como no pasará desparecibido a nuestro amable y sufrido lector cuando tenga a bien visitarlo, no pueden ir sino a la forma en que los camareros de este bar —habitualmente, John y Marc— tiran la esencia de Irlanda: la Guinness. Respetando los tiempos, inclinando el vaso y  haciendo que la incidencia del líquido sea la correcta, dejándola, además, reposar lo justo, consiguen que las pintas de este bar se hayan convertido en el ejemplo, en mi opinión, de lo que deberían servir todos los bartenders de esta ciudad. En pocos sitios se sirve una cerveza negra con el sabor, textura y consistencia como en este pub. Ahí es nada. El precio es, además, correcto.

Es este, pues, un pub que, en definitiva y como fácilmente habrán ustedes deducido de la crónica, muy recomendable y cuya visita se puede realizar, además, cualquier día de la semana, pues el ambiente y el calor de Irlanda están asegurados. Como diría cualquier autóctono —pero que muy autóctono, oiga—  de la verde Irlanda si decidiera visitar este pub: Is breá liom beoir. Sláinte!

*Nota: el siguiente párrafo, que da conclusión al post, es de consumo exclusivamente masculino. Abstenerse, pues, demás categorías de leerlo. Puede dar lugar a una imagen equivocada.

Destacar, por si sirve de aliciente adicional al indeciso, que la presencia femenina en este bar es espectacular. Y no sólo por la cantidad, pues podemos afirmar que un porcentaje muy importante de la clientela del bar lo componen jóvenes doncellas, lo que ya resulta notorio y estimulante, sino que también la calidad de las mismas es asombroso. A la frase interrogativa, pronuniciada de manera completamente espontánea por un miembro cuando ya llevábamos más de una hora sentados en una mesa situada en las inmediaciones de la puerta que conducía al baño, me remito para ilustrar este hecho: «¿es que en este bar todas las tías están buenas?».

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Única en el mundo

Se ha confirmado. No es que fuera una sospecha demasiado aventurada, pero se ha confirmado: París es un poema.

Una ciudad fastuosa, inacabable, sorprendente, una ciudad elegante, coqueta y con encanto.

Lo que a uno se le viene a la cabeza al llegar a París son los tópicos: ciudad de la luz, ciudad del amor. Al menos nosotros, podemos y debemos afirmar que así es. Pero también tiene su otro lado: el París de nula accesibilidad y con demasiado francés desagradable. Parafraseando a los hermanos Marx en el Oeste: «Me encantaría París, si no estuviera en París».

El turista, cuando llega, tiene que cumplir una serie de ritos obligados: acercarse a la París monumental. Y por encima de todos, la Tour Eiffel. Es el centro. El núcleo. El emisor y el receptor. Es el gobierno del más fuerte y del más alto. Nadie lo discute. Son más de 300 metros. Impresiona siempre. Pero deslumbra sobre todo de noche. Fue en ese momento cuando subí con Mentxu. Disfrute de luces por doquier. Iluminación a tus pies. Et lux perpetua

Aunque la mejor perspectiva se obtiene desde el Trocadero. Paseíto va, paseíto viene… y es que París también y tan bien te recibe, con una condición: prepara buen calzado, porque vas a andar. Y prepara los bolsillos (salvo que seas listo, como unos servidores), porque vas a pagar.

No hay un orden establecido. París se puede ver por fuera y por dentro. Hay museos por doquier, pero hay calle para aburrir. Y dentro de ésta, unas zonas muy especiales: los jardines. Como los campos de Marte, anexos a la susodicha Torre o los jardines de Luxemburgo, una maravilla próxima a Montparnasse (allí nos alojábamos) donde te podrías perder durante horas. Le jardin des Tuileries, que te lleva desde la plaza de la Concorde hasta el Louvre es el jardín más recordado por todos (Versailles aparte), aunque para mí, la plaza de Vosges y su pequeño espacio verde se lleva la palma.

París es historia. Historia con historia. Revolución francesa, guerras, girondinos, jacobinos, Robespierres, Napoleones, Luises, María Antonietas etc. Y esa Historia se concentra a lo largo de toda la ciudad. Por ejemplo, en el Panteón dedicado aux grands hommes. Una maravilla arquitectónica en que pueden verse desde el péndulo de Foucault, hasta el lugar en que están homenajeados los Voltaire, Rousseau, Zola, Braille o Víctor Hugo. Espectacular.

Similar, con una majestuosidad parecida y enmarcado en una posición privilegiada está el Palacio Nacional de los Inválidos. Originariamente hospital militar, hoy alberga diversas exposiciones y museos. Y sobre todo… el sarcófago de Napoleón, nada menos.

Y para terminar con el capítulo de las exequias, hay que hablar de dos de los cementerios más importantes del mundo. El Père Lachaise y el de Montparnasse. Allí descansan personajes de la importancia de Óscar Wilde, Beckett, Baudelaire, Balzac, Bizet, Apollinaire, Édith Piaf, Proust, Chopin, Daladier, Jim Morrison (vaya individuo), Sarte y esposa, Duras, Cortázar…

Un momento cumbre de la visita parisina es la pequeña islita que forma el Sena en su doble paso. Ahí se encuentran dos joyas apológicas. Maravillas. Notre Dame de Paris y la Sainte Chapelle.

Notre Dame, símbolo de París, símbolo gótico, referencia histórica, no sólo en lo artístico, se presenta con esas dos torres grandiosas y un interior deslumbrante. Lo único verdaderamente lamentable es que está permitido hacer fotografías (¡¿!?), por lo que los japos de turno y cualquier tarado con una maquinita no te deja disfrutar de la visita. Es increíble, pero también hay que saber ser turista. Penoso. Desde la torre de Notre Dame, con sus impresionantes gárgolas (creo que las más valiosas del mundo) se ve un París diferente.

Notre Dame tiene una hermana pequeña, que no por eso deja de ser menos impactante. La Sainte Chapelle está considerada una de las obras cumbre del período gótico. La planta baja engaña, todo más oscuro y con una especie de almoneda infamante que te obliga a rechinar los dientes. Pero, ¡amigo!, la parte de arriba se te queda en la retina per saecula saeculorum. Lástima que uno de los lados estuviera siendo restaurado, aún así… un privilegio poder haber disfrutado allí unos minutos.

Como decíamos, mucho museo en París. Y uno mundialmente conocido: El Louvre. Era de obligado cumplimiento pasar una mañana allí. Emplazamiento gigantesco para a lo largo de tres plantas inacabables adentrarte en el mundo egipcio, griego clásico, romano, etrusco, babilonio, medieval, flamenco y un largo etcétera. Pintura, escultura en una arquitectura mundialmente conocida. Es el museo de arte más visitado del mundo y el más recordado por varias de sus obras maestras, como La Gioconda. Pero incido sobre lo ya comentado antes: vergonzante permisividad para hacer fotos. Lo que unido a la estupidez humana provoca que uno no pueda disfrutar en todo su esplendor, porque siempre encuentras el brazo de un retrasado mental sacando fotos en vez de confiar en sus retinas. Patético.

También nos adentramos en el Museo de Orsay, una antigua estación de ferrocarriles reconvertida a lugar cultural, donde sobresale el impresionismo de los franceses y de Van Gogh. Por el Pompidou pasamos sin entrar y el que más me gustó, posiblemente, por su entorno y su temática fue el Museo Rodin. Escultura y rosas (parece una canción de Sabina), pero es el Museo Rodin. Detallista, íntimo, profundo y bien explotado. El pensador y El beso, como destacados.

Haussmann fue el prefecto del departamento del Sena hasta 1870 y, en virtud de ello, comisionado por Napoleón III para el embellecimiento de París. En ese sentido, se lleva a cabo el famoso Plan Haussmann, que inició una transformación agresiva en el corazón de Francia. El Sena se utilizó como nunca hasta entonces.

Y es que mucha de la magia de París se ve reflejada en el grandioso azul de este río kilométrico. Tal vez, por ello decidimos dar un paseíto en uno de esos barcos que te enseñan la ciudad desde el río. Pura fantasía. Cena y licores incluidos, hay algo inexplicable de ese recorrido que te envuelve (quizás el champán).

Desde el río o desde el cielo se ve una cosa clara. Lo bien que está trabajado el centro parisino en lo que a simetría callejera se refiere. Ver las calles que parten desde la plaza Charles De Gaulle en que se halla el Arco del Triunfo es apoteósico. Ahí nacen los míticos Campos Elíseos (más de una vez pateados por Mentxu&Me). Como digo, se ve el centro de la rueda y los radios que parten por todos lados. Impresiona.

Uno de los arcos más famosos del mundo, claro está. Mandado construir por Napoleón tras su victoria en la batalla de Austerlitz, tras prometer a sus hombres: Volveréis a casa bajo arcos triunfales.

Les Champs-Élysées se convierten en un lugar de obligado paso. Durante el recorrido se descubre el París de la moda, de la riqueza y que tanto se exporta (junto a la plaza Vendome) como símbolo de riqueza, elegancia y galantería. Lo mejor del recorrido, a mi entender, se da al final. Una vez que se dejan atrás Le Petit y Le Grand Palais, llegamos a la plaza más monumental de toda Francia: la plaza de la Concordia. Enorme, rodeada por la Asamble a un lado, les Tuileries al otro y una serie de edificios ministeriales, ubicada encima del río… es pura historia: allí fueron ejercutados Luis XVI y María Antonieta. Preciosa, grandiosa. No hay palabras. Mires donde mires ves algo que te impacta. Sobre todo, por la noche.

No se debe olvidar uno de la plaza de la Bastilla, sobre todo si se tiene en cuenta la Revolución Francesa, pero la Concorde es un lugar de difícil olvido.

Pero todo tiene un porqué. La Revolución Francesa, el punto de inflexión más importante de la historia contemporánea (junto a la independencia americana, probablemente), para entender el mundo democrático actual, se produjo por la inaceptable persistencia del Antiguo Régimen. Ése del rey y el esclavo, ése del señor feudal y el campesino… ése de Luis XIV, el «rey sol», el de «El Estado soy yo». Por eso, había que ir a Versailles. Pura simbología (sé que me repito, pero es la realidad).

Unos datos:

Versalles comprende tres palacios: Versalles, Gran Trianón y Pequeño Trianón, además de infinidad de edificios situados en la villa: grandes y pequeñas caballerizas, hotel de los pequeños placeres, sala de Juego de la Palma, el Gran Común…

El palacio de Versalles cuenta con 700 estancias, 2.513 ventanas, 352 chimeneas (1.252 durante el Antiguo Régimen), 67 escaleras, 483 espejos (repartidos en la Gran Galería, Salón de la Guerra y Salón de la Paz), y 13 hectáreas de chimeneas. La superficie total es de 67.121 m² de los cuales 50.000 están abiertos al público.

El parque abarca 800 hectáreas, 300 de bosque y dos de jardines a la francesa: el Pequeño Parque, tiene 80 y el Trianón, 50 hectáreas. Tiene 20 km² de vallas y 42 km² de paseos, con 372 estatuas.

Pero París, obviamente, enseña orgullosa al mundo su nueva etapa. Es una ciudad cosmopolita, abierta, con alguna que otra persona salvable (por lo general los parisinos son desagradables, descorteses y maleducados) y es sabedora de su importancia europea. El mejor ejemplo podría verse en el Sacré Coeur, en lo alto de la colina de Montmartre, ese barrio que tanto quería ver Mentxu y que le decepcionó en cierta manera. La basílica impresiona por sus dimensiones, además de que tiene la curiosidad de que se accede a ella por funicular. De piedra blanca, homenajea a los muertos en la guerra franco-prusiana de 1870-1871.

Por Montmartre se encuentra el célebre Moulin Rouge (que nunca me dijo nada) y la cafetería de Amelie. Curiosidades…

Pero París no solo es la monumental. Es, por ejemplo, la gastronómica. Crepes, chocolates, pot au feu, ensaladas, fondues, raclettes, vino, queso, paté, croissants… y desde luego que lo probamos todo. O casi. No nos quedamos con ganas de nada (eso creo). Visitamos varios de los lugares recomendados en las guías y por lo que otros ya habían visto antes y… acierto tras acierto. Cerca de la torre Montparnasse, donde nos alojábamos, cenamos en un restaurante que homenajea en su nombre a Pasteur, fuimos también a Le Relais Gascon, mítico lugar de ensaladas (doy fe), pisamos uno de los múltiples cafés que adornan la ciudad. Incluso acertamos a pasar por un mercadillo de domingo cerca de la Torre Eiffel. Más que recomendable.

Además, París, al ser la ciudad más turística del mundo, provoca que te fijes en todo. Y en todos. Y a veces resulta que las caras te suenan.

A los que no la han visto, que vayan; a los que tengan prejuicios (pienso en alguien), que vuelva a ir; a los que odien a los gabachos (comprensible), que se evadan y disfruten de la ciudad; a los que deseen una ciudad para conquistar a una titi, ya saben dónde ir; a los que simplemente quieran escapar, pues lo mismo digo. París, París, París…

Verdaderamente es única en el mundo.

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Pub nº43: The Friends Tavern

by Asstomouth

«La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad». Sir Francis Bacon (1561-1626). Filósofo y estadista británico.

Situado en la confluencia de las calles Pradillo y Pantoja, The Friends Tavern acoge al visitante con una sobria fachada presidida por amplias vidrieras inglesas que permiten al visitante tener una clara perspectiva del interior del local. Una vez dentro, los suelos y paredes de madera rústica encuentran elegante contrapunto en unos balaústres ligeramente elevados, que proporcionan espacios destacados en la estancia a modo de pequeños balcones o palcos. La decoración, no excesivamente recargada, es rica en elementos tan diversos como instrumentos musicales, láminas de las calles de Dublín, libros antiguos, espadas, escudos con motivos celtas y un amplio etcétera de ornamentos alusivos a las mundialmente conocidas marcas de whisky y cerveza irlandesas. Todo esto, sumado a una acertada selección musical hacen de The Friends Tavern un pub más que acogedor, que a buen seguro, cuenta con una importante número de clientes habituales.

La noche era lluviosa y desapacible. Tras alguna dificultad para encontrar aparcamiento, Ferlein, Papo y un servidor efectuamos entrada en The Friends Tavern alrededor de las 22:00 horas con el objetivo de cumplir con devoción la visita del pub número 43 de la ruta de Bebedores. Un poco más tarde, rondando las 23:00 horas, el señor Barra se unió al insigne grupo. Ferlein y yo nos decantamos por unas pintas de Guinness, Papo y don Miguel eligieron las rubias como únicas acompañantes de la noche.

La conversación fue excelsa, se abordaron temas tan diversos y complejos como las matemáticas, se mencionaron conceptos tan poco frecuentes como la sucesión de Fibonacci enlazando la conversación con la actualidad de la bolsa. Se habló del Madrid-Ajax, de economía, de la crisis, de la vuelta a España, de la condición humana y por supuesto de viajes. Resurgieron los ecos del transiberiano, se vislumbró la posibilidad de un viaje iniciático desde Granada a Ciudad del Cabo en transportes colectivos, profundizando en lo determinante que podría ser ese viaje para la vida de los que se atrevieran a realizarlo, también se propuso otro más escueto y desde luego más cercano, pero también apasionante, recorriendo todos los pueblos de España. ¡Una gran noche de conversación, amigos lectores!

En cuanto a la habilidad del personal de barra de The Friends Tavern a la hora de servir correctamente una pinta de Guinness, hay que dar un claro suspenso a los regentes del local. Demasiado líquidas, escasas de cuerpo y sabor para las negras que se deslizaron por nuestros gaznates. Por si fuera poco, el precio era del todo abusivo: 6 €. Especialmente si lo comparamos con el precio de la pinta rubia que no llegaba a los 4 €. Este es desde luego un punto a mejorar. Tampoco fue especialmente generoso el acompañamiento de cada una de las consumiciones. Un exiguo plato de patatas fritas o un platillo de revuelto de frutos secos fue todo el acompañamiento que recibimos. A destacar, sin embargo, el impecable trato brindado por la camarera que nos atendió buena parte de la noche y que tuvo uno de los detalles más elegantes que nunca hemos recibido a lo largo de los ya casi 50 pubs que nos contemplan. Eran casi las dos de la madrugada y los cuatro protagonistas de esta crónica apurábamos los últimos tragos de la que iba a ser la última pinta de la noche. Cuarta en el caso de Ferlein y mío. Tercera para Míkel y Papo. Estábamos tan enfrascados en nuestra plática que la sorpresa fue mayúscula al comprobar que la camarera nos estaba obsequiando, por cuenta de la casa, con una consumición igual a la última que estábamos degustando. Sin preguntas, sin discusiones. ¡Todo elegancia!

The Friends Tavern no va a destacar por ser un pub irlandés poseedor de un nombre original, capaz de evocar épicas leyendas de la Isla Esmeralda. Tampoco servirá de homenaje a ningún célebre literato, pero sin duda será muy gratamente recordado como uno de esos lugares a los cuales se llega en compañía de un grupo amigos desprovisto de grandes pretensiones y del cual se sale varias horas más tarde, con el ánimo efervescente, la sonrisa en el rostro y el futuro tapizado de planes y proyectos que al abrigo de las pintas y la noche se muestran realizables.

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In memoriam

José Antonio Labordeta (1935 – 2010)

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¡París!

No sé si París bien vale una misa, pero sí sé que lo que vale es un viaje.

Con mi querida Mentxu partimos en horas a la capital gala, ciudad eterna, historia viviente… y según dicen las estadísticas el destino turístico más popular del mundo.

La Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame, la Avenida de los Campos Elíseos, el Arco de Triunfo, la Basílica del Sacré Cœur, el ex Hospital de Los Inválidos, el Panteón, el Arco de la Defensa, la Ópera Garnier o el barrio de Montmartre ya nos esperan.

Pero ¡qué bien lo vamos a pasar…!

P.D. A la vuelta, crónica.

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Pub nº42: Green Tavern

by Vicente Rojo

En esta ocasión nuestro destino de bebedores dicharacheros nos llevó a un pub en una zona semi-industrial del barrio de San Blas. Dado que los ilustres miembros del club más etílico de la ciudad (después del ayuntamiento) son gente ocupada en mil quehaceres, llegamos al remoto lugar casi cada uno por su lado. El Negus Menelik Rojo venía, asimismo, de asistir a otra reunión en otro pub cercano y según se aproximaba al Green observó que las luces se hacían más tenues, que no había ni dios por la calle, que todos los almacenes que había por allí estaban cerrados, y pensó: “cojones, este sitio va a ser una mierda, seguro que está vacío”. Pero la sorpresa llegó cuando al abrir las puertas del amplio local, el Negus se encontró con un bar como dios manda, con gente, animación, jambas, charla, pantalla grandota…

Mención especial merece el curioso sentido de la puntualidad que tiene la peña bebedora. El Ferlein llegó casi 20 minutos tarde, ¡y llegó el primero! Esa seriedad con el reloj tiene en parte su origen en que el bebedor Pascual cree que tiene un coche de 400 caballos, o un avión de las más que fiables compañías Ryanair y, sobre todo, Easyjet. Por lo tanto, si el pub está en San Blas y la hora de quedada es las 10, Pascual piensa que con salir de Sanse (a 20 km de San Blas) a las 9.45 llega de sobra, y teniendo en cuenta que, por un razonamiento similar al anterior, ha salido de su casa a las 9.44, pues los retrasos se van acumulando. Y claro, luego pasa lo que pasa.

Pero bueno, valoremos el pub. Sin duda es amplio, y con una forma muy cómoda. Salón enorme y una pantalla bien grande. Muchas mesas y sillones. Decoración irlandesa elegante. El trato fue correcto sin ser excelente. Sobre las pintas de Guiness hubo controversia. No las servían bien pero el resultado no era del todo malo porque estaban a buena temperatura. El sabor era bastante bueno. Como ya he dicho antes, el ambiente era un punto fuerte del local. Era martes y estaba bastante lleno. No comimos nada, pero puede observar por el rabillo del ojo una hamburguesa tamaño perolas de Paula Prendes. A lo mejor por eso estaba lleno.

La conversación fue, como siempre, variada. Temas recurrentes aderezados con toques cinéfilos. En este caso estuvimos loando obras maestras del cine como Matar (A) un ruiseñor o Aquí huele a muerto.

Por otra parte, ya tenemos una buena cantidad de candidatos para completar la agenda de pubs en el congreso internacional de bebedores que se celebra en Dublín a principios de noviembre. Gracias a un librillo que todos deberán ver y hojear se atisba que las jornadas serán maratonianas, pero fructíferas. Seguiremos informando.

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Décadas

«Gran médico es el tiempo, por lo viejo y por lo experimentado», dice Gracián. Pues sí.

Don Miguel de las Barras cumple 30 palos. Ya sólo queda el Sr. Alonso, de los cercanos al grupo de bebedores habituales para cumplir la tercera década. Y Del Rosal, claro. Pero él no cuenta; una buba de su tamaño no merece ni que nos acordemos de su efeméride.

Digo esto, porque si nos planteamos dónde estábamos y quiénes éramos cuando llegamos a la segunda década, intuyo que veríamos más acné, más pelo (en mi caso seguro), más hormonas (o no), menos cicatrices (podría ser peor) y con total certeza… bastante más ignorancia.

La película sigue avanzando, pero nosotros con ella. Es importante ver que nuestra particular clepsidra ha podido comprobar que somos entes más o menos bien formados. Hemos viajado y viajaremos, hemos conocido y conoceremos, hemos estado bien jodidos y posiblemente llegarán tiempos peores, nos hemos divertido como pocos y lo que nos queda. Pero parece fundamental saber estar en cada momento. Y creo que estamos en un punto excelente.

No sé qué pasará cuando la campana de la siguiente década taña en el horizonte. Ya veremos. Al menos, parece propio desear que los mismos que nos hemos encontrado aquí, lo hagamos allí.

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Pub nº41: Paddy’s Irish Tavern

Nos lo apuntaba Paco, el dueño de Paddy´s Irish Tavern. Decía que cuando alguien le da forma a un sueño, del tipo que sea, necesita apoyarse en el amor. Alguno lo llamaría paroxismo. Más bien parece sinceridad.

Porque el pub es el reflejo perfecto de una idea. De una obra pura de autor. Intimista, pero barroco. Acogedor, casi con sensación de celosía, cercano. Un pub de barrio, pero universal. Objetivamente, una maravilla.

Los colores de la bandera irlandesa en el letrero luminoso y la terracita adyacente te reciben en Concha Espina, 69. Cruzar la puerta te invita a sentir esa cercanía que se ha perdido en otro tipo de locales más inclinados al todo que a la parte. La sinécdoque del Paddy´s muestra lo contrario. Con menos metros, más cercanía.

Dos plantas envuelven al pub; la primera con su barra pequeña a la entrada, su barril para apoyar, varias mesas repartidas y un mausoleo de detalles alrededor. Cualquier amante de un verdadero bar irlandés disfrutaría cual trasgo. Vitrinas repletas de botellas de cerveza y de whisky de la tierra del trébol. Placas, libros, una gaita en el techo, banderas, mapas, artículos de periódico enmarcados, figuras de madera, pinturas con símbolos, cruces célticas imbricadas, azulejos oriundos de la verde Irlanda, cristales, imagénes variopintas, ornatos múltiples. Verdadera fruición siente uno. Es como tomarse una cerveza en un lugar que engloba muchos en los que ya has estado y muchos en los que querrás estar.

La parte baja del pub tiene también su particular encanto. Rodeado de azulejos y «parafernalia», todo parece dispuesto a recibir conversaciones y disfrute. Nosotros decidimos acomodarnos en la parte superior, ya que a pesar de que el ambiente no era ni mucho menos malo (la planta principal estaba a rebosar) la de abajo sí presentaba un vacío completo.

Juntamos varias mesas pequeñas y tomamos tres rondas de cerveza. No todos. Alguno, además de demostrar lo agraz que se puede ser desde el rencor injustificado no participó en demasía. La temática viajó de continente y de color. Sin embargo, las risas fueron homogéneas. Irlanda ya tiene fecha. Los 50 madrileños competirán con la madre dublinesa a mediados de noviembre.

La música tuvo sus bailes. Por momentos mejor. Especialmente cuando la música celta terminaba por redondear la estancia.

Bebimos un poco de todo: rubia, tostada y negra. La Guinness no fue servida de manera tan infame como hace unos días, pero aún así no alcanzó la excelencia exigida. Falta evidente de reposo; muy líquida.

A pesar de las primeras noticias, los cofrades habituales nos juntamos, ya con la presencia de Negus Vicente y sus fascinantes historias vividas en Etiopía. Todo un galán.

Las conversaciones finales con Paco terminaron por convencernos del acierto de haber visitado este local. Un gran tipo, sí señor. Detalle en la invitación final a unos chupitos.

El único borrón se dio en la anécdota, si se quiere, del pago. Por un insignificante error nos querían cobrar una pinta de más. La señorita rubia que tan bien nos atendió al principio, debió de entender que pretendíamos abonar menos de lo consumido y su comportamiento arisco, lóbrego y en definitiva impropio y desagradable fue lo peor de la noche. Por momentos pensé en Marlowe y en su muerte tabernera. No obstante, insisto en que se quedó en algo puntual y sin más importancia.

Lo verdaderamente sustancial es que se confirma que hay lugares que te invitan a buscar tus sueños. Con una conversación, con una cerveza, con un partido si lo hubiere y con un buen pub. El Paddy’s cumple su parte.

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